El intolerable deterioro de la sanidad canaria
La sanidad pública de Canarias vive una situación que ya roza lo inaceptable, y SITCA quiere alzar la voz para reclamar medidas de gran calado que reconduzcan esta dramática situación.
Casi a diario recibimos testimonios de pacientes que, tras meses de dolor o dolencias persistentes, ven cómo sus derivaciones a especialistas se dilatan en el tiempo o, sencillamente, nunca se producen. En demasiadas ocasiones, el sistema se conforma con paliar los síntomas —calmantes, ansiolíticos, antiinflamatorios— sin llegar a tratar la causa de fondo. Se ha instalado una peligrosa cultura de la resignación: la de “aguantar” hasta que haya cita.
Pero lo que antes era un problema puntual se ha convertido en un síntoma estructural de un modelo sanitario tensionado hasta el límite, y desde esta Central Sindical creemos que es hora de llamar a la movilización social contundente.
Derivaciones que no llegan y esperas interminables
El último informe oficial del Servicio Canario de Salud (SCS) sitúa en 158.000 las personas que esperan una primera consulta con un especialista, con un crecimiento del 7% en solo un año. En áreas como oftalmología o traumatología, los plazos superan con frecuencia el año natural. En paralelo, los médicos de atención primaria reconocen estar saturados, con agendas que superan con facilidad las cuarenta consultas diarias y retrasos de una o dos semanas para una simple cita. En ese contexto, las derivaciones a especialistas se vuelven cada vez más restrictivas, no tanto por decisión médica, sino por presión del sistema: se pide que se filtre, que se “optimice”, que se descarte todo lo posible antes de derivar.
Mientras tanto, el paciente se queda en tierra de nadie. Si no empeora de forma grave, no es urgente; pero si no mejora, tampoco encuentra puerta de salida. En ese limbo, el recurso habitual es recetar calmantes, ansiolíticos o antiinflamatorios, con el consiguiente riesgo de cronificar dolencias y generar dependencia farmacológica. Desde SITCA nos unimos a la denuncia de médicos de familia y profesionales del sector: esta deriva convierte la atención primaria en una suerte de dique de contención, en lugar del primer escalón de una cadena de atención integral.
Urgencias colapsadas: el síntoma más visible
El colapso de las urgencias hospitalarias es el otro gran termómetro de la crisis. Este otoño, el archipiélago volvió a estar en alerta por camas bloqueadas y pacientes atendidos en pasillos: hasta mil camas ocupadas por enfermos con alta médica que no pueden ser trasladados a centros sociosanitarios por falta de plazas. La consecuencia inmediata es un atasco en cadena: las Urgencias no pueden ingresar a nuevos pacientes porque las plantas están llenas, y los pasillos se convierten en salas improvisadas.
El caso del Hospital Universitario de Canarias, en Tenerife, donde más de treinta médicos de Urgencias presentaron su renuncia o baja a comienzos de año por la sobrecarga de trabajo, ilustra la magnitud del problema. Se trata de profesionales exhaustos, con turnos interminables y sin refuerzos estables. “No podemos seguir trabajando con esta presión y este número de pacientes”, declaraban entonces los representantes sindicales. La situación, lejos de resolverse, se repite cíclicamente en los hospitales de referencia de ambas provincias.
Desde SITCA hemos denunciado en reiteradas ocasiones esta situación, sin que a los responsables políticos de cualquier color parezca importarles, habida cuenta de que no se han puesto remedios a este sufrimiento intolerable.
Recursos hay, pero falta gestión
La paradoja es que el presupuesto sanitario no ha dejado de crecer. En 2025 supera los 4.300 millones de euros, el más alto de la historia autonómica. Sin embargo, la sensación general es que el dinero no se traduce en mejora de la atención. Y no se trata únicamente de falta de profesionales —aunque existe un déficit claro de médicos de familia y de especialistas en determinadas áreas—, sino de un problema de gestión y coordinación.
Las llamadas “altas bloqueadas”, consecuencia de la falta de plazas sociosanitarias y de servicios de apoyo domiciliario, impiden liberar camas hospitalarias. Los “no-shows”, pacientes que no acuden a su cita, alcanzan tasas del 30% en algunas especialidades, un lastre que agrava las listas de espera. La tecnología podría ayudar —confirmaciones automáticas por SMS, reprogramaciones inmediatas—, pero la implantación es aún parcial. Tampoco existe una política clara para redistribuir la carga asistencial entre islas o derivar a centros menos saturados, pese a disponer de capacidad ociosa en determinados hospitales.
La Consejería de Sanidad ha puesto en marcha planes de actividad extraordinaria para reducir las demoras quirúrgicas, y es justo reconocer que la espera media para una operación se ha reducido a 109 días, por debajo de la media estatal. Pero esa mejora no se ha extendido al resto del sistema. El cuello de botella se ha desplazado hacia las consultas, las pruebas diagnósticas y la atención especializada. En la práctica, la puerta de entrada funciona, pero la salida sigue atascada.
Desde el Sindicato Independiente de Trabajadores de Canarias, SITCA, avisamos de la posibilidad de emprender movilizaciones ciudadanas en incluso acciones judiciales ante lo que consideramos un atropello de la parte de la población más vulnerable, la que se encuentra enferma y no logra ver atendida sus dolencias.
La humanización perdida
Más allá de los números, hay un deterioro silencioso que no se mide en los informes: el de la confianza de los ciudadanos en su sistema sanitario. Quien necesita ver a un traumatólogo y espera más de un año, o quien vive con un dolor crónico tratado a base de calmantes, pierde la fe en la utilidad del sistema. Cada día que pasa sin diagnóstico ni tratamiento, aumenta la frustración, la ansiedad y la sensación de abandono. Para muchas familias, recurrir a la sanidad privada o a seguros complementarios ya no es un lujo, sino la única salida posible. Y eso rompe el principio de igualdad en el acceso a la salud que define a un servicio público.
No es casualidad que Canarias, según los últimos datos del Ministerio de Sanidad, sea la comunidad con mayor tasa de insatisfacción sanitaria del país. El problema no se limita a los tiempos de espera: se trata de una percepción general de desatención, de falta de respuesta, de distancia entre la ciudadanía y una administración sanitaria que parece no escuchar.
La propuesta de SITCA para avanzar
El debate no puede seguir reduciéndose a una cuestión de presupuestos. El reto es organizativo, humano y de gestión. Canarias necesita una estrategia integral que combine refuerzo de personal, digitalización efectiva y coordinación real entre el sistema sanitario y el sociosanitario.
Desde SITCA hacemos las siguientes propuestas de sentido común:
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Reforzar la Atención Primaria, con más profesionales, más tiempo por paciente y herramientas de triaje digital que permitan resolver casos sin demoras.
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Garantizar la derivación automática cuando se superen ciertos plazos clínicos, evitando que la espera se eternice por motivos administrativos.
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Desbloquear las altas hospitalarias mediante acuerdos ágiles con cabildos y ayuntamientos para liberar camas.
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Publicar con transparencia los datos de espera por especialidad y zona básica, y hacerlos accesibles al ciudadano.
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Asegurar que ningún paciente sea tratado solo con paliativos sin diagnóstico definitivo.
Conclusión: no puede normalizarse la espera
Lo que ocurre en la sanidad canaria no es solo un problema sanitario: es una cuestión social, de justicia y de dignidad. La enfermedad no puede convertirse en un laberinto administrativo donde se cronifica el dolor a fuerza de recetas y paciencia. Tener que esperar un año para ver a un especialista, ser tratado con calmantes por falta de diagnóstico o pasar días en un pasillo de Urgencias no puede aceptarse como algo inevitable.
El Servicio Canario de Salud dispone de medios, presupuesto y profesionales de enorme calidad. Lo que falta es voluntad política, gestión eficaz y una visión centrada en el paciente. Canarias no puede resignarse a ser el territorio donde enfermar es sinónimo de esperar.
Porque la salud no se mide en cifras, sino en vidas que no pueden esperar.
(*) Secretario General de SITCA