
Una idea para el alcalde Bermúdez sobre el monumento a Franco
Al alcalde Bermúdez le persigue Franco en forma de escultura de Juan de Ávalos, aunque intente escapar él con todo tipo de festejos dedicados, con diferentes denominaciones, a mayor gloria del consumo. El alcalde Bermúdez es un hombre simple de ideas simples: dinamizar la ciudad es llenar de gente comercios y bares, todo lo demás es una excusa.
Con la escultura de Juan de Ávalos tiene un problema, es una cuestión compleja y es que, en aquel sitio, entre la avenida de Anaga y el comienzo de las ramblas, no puede montarse una terraza, ni siquiera una simple barra, para admirarla mientras te tomas un helado o una cerveza. Se le podría sugerir que debe cumplir con la Ley de la Memoria Histórica pero al alcalde Bermúdez no le parece que la escultura esté tan mal ni la ley tan bien. Franco inauguró pantanos y paradores, pensará.
Además, se excusará, dicen que Juan de Ávalos era republicano y socialista, y que estuvo a punto de morir por sus ideas en esos paredones al amanecer que tan bien retrata Paco Cerdá en esa reciente obra maestra de no ficción que es “¡Presentes!”, con el cadáver de José Antonio en itinerancia desde Alicante hasta Madrid, hasta El Escorial.
A Juan de Ávalos le bastó un rato de conversación con Franco para que sus ideas bien aguerridas y sus firmes convicciones republicanas se fueran al carajo y de allí salió un escultor nuevo, un artista envuelto en la nueva espiritualidad del Régimen para un nuevo tiempo, derechito hacia el Valle de los Caídos para hacer una obra a la altura del Generalísimo y para que José Antonio reposase de su eterno periplo definitivamente, entre los bienaventurados. A partir de entonces, Juan de Ávalos repartió esculturas de Franco hasta en Santa Cruz de Tenerife. Franco en piedra y Franco en bronce. Franco para la posteridad, esculpido en simbologías de victoria y paz.
A Juan de Ávalos, convertido ya en escultor oficial del Régimen, le otorgaron otro trabajo. Su fama cruzó fronteras y otro tiranosaurio puso sus ojos en él, Alfredo Stroessner, dictador paraguayo y anfitrión de todo nazi que llegara huido tras la derrota de Alemania también quería su monumento, y lo tuvo por supuesto, pero las cosas no terminaron igual que en Santa Cruz de Tenerife, es la diferencia entre tener un alcalde como Bermúdez y tener un alcalde demócrata e inteligente.
La historia comienza cuando uno de esos personajes que pululan en toda dictadura, y no solo en las dictaduras, un empresario uruguayo-argentino que después se desvelaría como un delincuente de altos vuelos llamado Gustavo Gramont Berres, cuyo verdadero nombre era Benjamín Levy Auzarradel, puso sus ojos de inversor inmobiliario en el Cerro Lambaré, zona de enorme valor en Asunción, declarada Reserva Nacional en 1948. Instalado en la corte de Stroessner a base de arribismo, logró convencerlo para que reinara eternamente y vigilara permanentemente desde la cumbre del Cerro Lambaré haciéndose construir un “Monumento a la Paz y a la Victoria” que lo tuviera como centro a él.
Dicho y hecho. El monumento fue encargado a Juan de Ávalos García y Taborda y en 1982 el propio Stroessner inauguró un conjunto escultórico cuyo núcleo era una estatua suya de 5 metros de altura y 1000 kilos de peso. Cinco nombres legendarios de la historia paraguaya terminaban de adornar ese “legado para la posteridad”, entre ellos José Gaspar Rodríguez de Francia, dictador vitalicio del S.XIX sobre el que Augusto Roa Bastos escribió “Yo, el Supremo”.
El 3 de febrero de 1989 un Golpe de Estado liquidó la dictadura y mandó a Alfredo Stroessner al exilio, de donde nunca más regresó ni vivo ni muerto. En mayo de 1991 se celebraron las primeras elecciones democráticas de la historia paraguaya y salió electo como intendente municipal de Asunción el médico y sindicalista Carlos Filizzola. Un lunes por la mañana, cuatro meses después (¡cuatro meses después!) reunió a sus colaboradores y les dijo lo siguiente: “Vamos a derribar el monumento a Stroessner en el Cerró Lambaré, ¿qué se necesita para tal operativo?”.
Aunque costó trabajo demolerla, al final se consiguió y el histórico Cerro Lambaré aparece sin la estatua de Stroessner aunque con las otras figuras de Paraguay. La estatua se recicló y sus materiales terminaron conformando la “Plaza de los Desaparecidos”, dedicada a las víctimas de la dictadura, a escasos metros del Congreso de Paraguay.
He aquí una historia inspiradora para el alcalde Bermúdez, aunque mucho me temo que si no le sugerimos un kiosquito, no aceptará la idea de su par paraguayo.
(*) Miembro del Secretariado Nacional del STEC-IC