La deshumanización del adversario político

La deshumanización del adversario político es la estrategia más vieja y más sucia que se conoce.

En mi corta experiencia política he visto estrategias para vencer al adversario que no sólo son cuestionables, sino directamente deleznables. Una de ellas es la judicialización de la política: presentar denuncias, abrir causas y lanzar acusaciones de cualquier tipo, no para buscar justicia, sino para apartar a un competidor de la arena política. Otra, aún más corrosiva, es la deshumanización del adversario: convertirlo en una caricatura moralmente indeseable, en un enemigo sin dignidad, para que sea más fácil destruirlo a ojos de la opinión pública.

En muchas ocasiones, ambas estrategias se combinan. Hay verdaderos maestros de esta alquimia oscura: inventan un relato, lo amplifican, y aunque el acusado termine demostrando su inocencia, el daño ya está hecho. El resultado es siempre el mismo: un adversario manchado, debilitado, y con menos fuerza para seguir en la lucha. La lapidación pública deja heridas que la absolución judicial no cura.

Esta táctica la han usado la derecha, la ultraderecha y también ciertas sectas políticas unipersonales sin ideología que, aunque pretendan mostrarse renovadoras, siguen respondiendo a las mismas lógicas de poder de siempre. Cambian las caras, pero no las intenciones. Colocan al frente a alguien con apariencia de buena persona, un supuesto gestor, que termina destacando más en la organización de fiestas, fanfarrias y selfies que en la resolución de los problemas reales.

Hoy asistimos a un momento histórico donde el paradigma ha cambiado: cuanto mayor es la mentira que se vomita sobre el adversario, más se cree que se pueden ganar votos. Y, en cierta manera, durante un tiempo puede funcionar. Pero la historia nos enseña que el engaño tiene fecha de caducidad. Lo dijo Abraham Lincoln: "Se puede engañar a algunos todo el tiempo y a todos algún tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo."

La política sin principios y la manipulación de la verdad no son nuevas. Gandhi advirtió que una de las siete causas de la desgracia humana es la política sin principios. Deshumanizar al adversario y judicializar la disidencia son, en el fondo, formas de practicar precisamente esa política vacía de ética. Al final, quienes juegan a este juego olvidan que el adversario no es un enemigo a exterminar, sino un contrapeso necesario en cualquier democracia sana.

Porque si aceptamos que todo vale para ganar, un día la maquinaria se volverá contra nosotros mismos. Y entonces descubriremos que lo que está en juego no es solo el futuro de un político, sino la salud de la democracia.

(*) Concejal del Ayuntamiento de Telde y actualmente es asesor en la Consejería del sector Primario, Soberanía Alimentaria y Seguridad Hídrica del Cabildo Insular de Gran Canaria.