Canarias da ejemplo: cuando la política está a la altura
Lo ocurrido en la última sesión de control al Gobierno en el Parlamento de Canarias ha dejado algo más que un debate sobre símbolos. Cuando una diputada de Vox criticó la presencia de banderas LGTBI y trans en institutos del archipiélago, exigiendo su retirada y su sustitución por la bandera de España, aludiendo a que la bandera española “nos representa a todos” el consejero de Educación respondió con claridad y firmeza: esas banderas representan derechos, libertades y la dignidad de muchas personas jóvenes, terminando con “libertad en los centros educativos de Canarias”. Su intervención fue aplaudida en pie por todos los grupos parlamentarios —desde la izquierda hasta la derecha—, salvo Vox.
Este gesto, que podría parecer anecdótico, es en realidad un poderoso símbolo de la buena salud política que vive Canarias. En un panorama nacional marcado por la crispación, los bloques irreconciliables y los discursos de odio disfrazados de neutralidad, el Parlamento canario supo dar un paso al frente. Porque la intervención de Vox, envuelta en la bandera nacional, escondía en realidad la más rechazable homofobia, y así lo entendieron tanto el consejero como el resto de grupos parlamentarios.
No se trataba solo de defender unas telas de colores, sino de reconocer lo que representan: inclusión, respeto y libertad en los espacios educativos. Las banderas arcoíris no sustituyen a la bandera de España; la complementan, recordando que esa España también es diversa, plural y que su Constitución ampara los derechos de todos, sin distinción.
Frente a quienes intentan imponer un modelo único de identidad, de familia o de pensamiento, la política canaria respondió con unidad y altura moral. En tiempos en los que los discursos excluyentes tratan de encontrar eco en las instituciones, Canarias demuestra que otra forma de hacer política es posible, una en la que la dignidad humana no se debate, sino que se defiende sin fisuras.
El Parlamento canario envió un mensaje claro: la diversidad no es ideología, es realidad. Y en los institutos, donde tantos adolescentes buscan su lugar en el mundo, ver ondear una bandera LGTBI no es un acto político, sino un gesto de empatía, de amparo, de esperanza.
Ojalá este ejemplo canario se traslade al conjunto del país. Porque esto no va de partidos, ni de ideologías, ni de gobiernos: va de derechos humanos, de principios democráticos y del modelo de sociedad que queremos construir. Una sociedad donde nadie tenga que esconderse por ser quien es. Una política que, de verdad, esté a la altura.
(*) Articulista