La España democrática

Lidia Falcón (*)

El señor Juan Carlos de Borbón acaba de publicar un libro de memorias, que aunque no lo ha escrito él contiene, al parecer, los ochenta años de memorias de su azarosa vida. Se titula “Reconciliación” y -por las informaciones publicadas- se refiere a reconciliarse con su familia. Especialmente con su nuera, la reina Leticia, que no le tiene mucha simpatía. Por unos momentos me equivoqué y creí que se refería a reconciliarse con el pueblo español al que le debe algunas explicaciones sobre sus actividades tanto privadas como públicas.

Pero por su ya larga trayectoria se puede imaginar el lector que Juan Carlos I no es muy proclive a dar explicaciones a su pueblo sobre sus actividades. Según he leído en la recesión del libro que publica El País no rehúye mencionar los episodios más difíciles de su biografía. Para comenzar, cómo mató de un  disparo a su hermano Alfonso en los lejanos tiempos de la adolescencia de ambos, y siendo este un luctuoso suceso lamentable, que quizá cambió la sucesión al trono que tenía pensada el dictador, creo que la España democrática debía haber abierto una profunda investigación sobre tal episodio cuando Juan Carlos fue coronado rey de España, pero este tema nunca ha sido aclarado. Dudo que lo enseñen en las escuelas y una encuesta amplia nos diría que ni siquiera lo conocen la mayoría de los españoles. Quizá soy muy puntillosa, y no querría que por ello fuera a acabar en una celda como nuestro pobre rapero Pablo Hasél, pero ciertamente que el pueblo español, y todas las instituciones del Estado: el poder legislativo, el ejecutivo, el judicial, los gobiernos autonómicos y las asambleas regionales, los ayuntamientos, las Diputaciones, el banco de España y la Iglesia incluida, pasaran por alto que su rey fuese un fratricida, sin que se les diesen explicaciones veraces y convincentes sobre tan trágico episodio, demuestra que los principios morales de la democracia no se han tenido muy en cuenta.

Juan Carlos en su confesión pública no se declara ni incómodo ni arrepentido de haber sido adoptado por Franco, en una relación que reconoce paterno filial, y en consecuencia educado y moldeado a imagen y semejanza del dictador, al que elogia por sus buenas cualidades, durante toda su infancia y juventud. Los políticos demócratas de nuestro país aceptaron en la Transición de la dictadura a la democracia como jefe de Estado al pupilo del dictador que llegó al poder a través de la guerra más larga y cruenta de nuestra historia, y se mantuvo en él durante cuatro décadas mediante la represión más dura que ha sufrido nunca nuestro país. Quienes ignoren las circunstancias que se dieron en aquella época, que lean el libro del historiador hispanista británico Paul Preston, “El holocausto español” donde compara el régimen de Hitler con el de Franco, con datos verídicos que lo avalan.  Libro que escribió dos años antes de que abdicara Juan Carlos. Y vuelvo a preguntarme, ¿cómo los que pilotaron la Transición presumen de que ese período de nuestra historia es el más acertado y exitoso de la larga lucha que ha librado el pueblo español en el sangriento camino que ha debido recorrer para alcanzar el grado de democracia de que nos orgullecemos hoy, cuando tenemos como capitán de esta operación y coronado jefe de Estado, a un discípulo, agradecido,  del  sanguinario dictador de España, durante nada menos que cuatro décadas?

Las reseñas del libro no explican cómo Juan Carlos aceptó ordenar al Ejército español que abandonara, sin equipaje , explicación ni causa alguna, el territorio del Sáhara occidental que desde hacía medio siglo era provincia española, y saliera corriendo, huyendo cobardemente de la farsa de la Marcha Verde que organizó el rey de Marruecos Hassan II,  para ocupar todo el territorio saharaui, y en consecuencia hacerse con los puntos estratégicos del Estrecho de Gibraltar, con las minas de fosfatos, las costas y la pesca atlántica que durante más de un siglo había poseído España en su dominio colonial. Y cómo han consentido todos: el Ejército español que es tan patriótico, los partidos políticos de derechas y de izquierdas, las organizaciones civiles y sindicales, los medios de comunicación, los profesores, la Universidad, que quedaran miles de saharauis en poder del sátrapa marroquí, sin protección alguna de la potencia que lo había ocupado durante un siglo, lo había esquilmado en beneficio propio y tenía el deber de organizar la transición a la independencia del territorio ocupado, según los mandatos de la Organización de Naciones Unidas.  

Dicen las crónicas que en esas memorias Juan Carlos se muestra arrepentido de haber aceptado el regalo de cien millones de euros del rey de Arabia saudita, pero no nos informan de las explicaciones que ofrece el monarca emérito sobre tan espléndido e insólito obsequio, ni el motivo del mismo ni por supuesto a qué destinó tal montante, cuando, como es de todos sabido que el rey emérito ha vivido siempre a costa del erario público, con todos los gastos pagados. Como tampoco me parece que detalle la fortuna que mantiene en varios bancos extranjeros, ni nos dan el extracto de cuentas de sus ingresos y gastos, explicitando de donde provienen y para qué la necesita. Me gustaría saber cuánto dinero obtuvo de las comisiones que cobró de la venta de armamento a ese mismo monarca, cuya estrecha amistad ha llevado al rey emérito a trasladar su residencia a una ciudad tan lejana y desconocida como Abu Dabhi, en un país del que tenemos noticias de su déficit de trato democrático con las  mujeres, los trabajadores y los emigrantes.  

 En las memorias, Juan Carlos reconoce que no estuvo bien que sostuviera relaciones adúlteras con su amante Corina, aunque nos sé si explica por qué la mantuvo viviendo en el mismo recinto de la Zarzuela, donde residían la reina Sofía y todos sus hijos, la misma sede hoy del rey actual y su familia. Ni como consintieron todos: los partidos políticos, los asesores de la Casa civil, el Ejército que debe respetarle, los medios de comunicación y en definitiva la sociedad entera española, que compartiera vivienda con su esposa y con su mantenida como si viviera en un país que admite la poligamia. De la anterior amante, la trapecista de circo Bárbara Rey, no he leído que explicara su relación ni manifestara su arrepentimiento por ella. Ya las crónicas del corazón de muchas revistas  publicadas antes de su coronación y de su jubilación, nos han informado de otras señoras que también obtuvieron el favor sentimental del monarca. Pero, desde siempre, periodistas y  políticos daban como inevitables los amoríos reales, porque ya se sabe como son los reyes. En dictadura y en democracia.

Pero me temo que Juan Carlos no nos explicará por qué le regaló a Corina no sé cuantos millones de euros, ni de donde salieron, y cómo se ha resuelto el proceso judicial que esa señora entabló contra su amante en Londres respecto a la reclamación del dinero que planteaba el generoso monarca. En lo que respecta a las comisiones que ha ido cobrando de unos y otros gobiernos e intermediarios, la información que hemos recibido en los últimos años es muy incompleta.

Un episodio de mucha relevancia como fue el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, interpretado en Congreso de los Diputados  por el teniente coronel Tejero en connivencia con el general Armada, según se probó en el juicio, no es tampoco objeto de análisis y explicaciones creíbles en el susodicho libro de memorias la postura de Juan Carlos y el papel que desempeñó antes del momento del asalto al Congreso. Y no cabían muchas dudas cuando Tejero informó a gritos, a los diputados detenidos en el salón, que estaban esperando a una autoridad que se haría cargo del gobierno y de la dirección de la operación,  militar sin duda. Y hace ya bastantes años que investigadores minuciosos y fiables, como Pilar Urbano, nos contaron la asidua relación que sostenían Armada y Juan Carlos en vísperas de la conspiración, y como la misma noche del golpe diversos sectores del Ejército y de la política llamaban a la Casa Real preguntando por Armada, llamadas que eran respondidas por Sabino Fernández Campo, jefe de la Casa de su majestad  el rey,  diciendo que “Armada no estaba ni se le esperaba” por si se alimentaba alguna duda.      

De la peripecia de la cacería de elefantes de la que tuvimos inmediata noticia, incluida la petición de disculpas públicas que retransmitió la televisión, la primera vez que sucedía en la historia de la monarquía española, no sé si da alguna explicación o justificación añadida.

Como se ve, ni con la publicación de esas memorias de Juan Carlos I sobre la reconciliación, los españoles de a pie, esos que no gobiernan pero de cuyos votos depende el gobierno, no hemos quedado muy informados de los acontecimientos que el rey emérito ha protagonizado a lo largo de su accidentada carrera real, y que han sido decisivos en la vida y el desarrollo de nuestro país.

Nos queda por averiguar a qué le llaman democracia los actuales políticos, intelectuales, medios de comunicación, organizaciones civiles y sindicales, la universidad, y hasta la Iglesia que tanto frecuentaba. Cuando lo sepa se lo contaré.

(*) Presidenta del Partido Feminista de España