Lisístrata
Javier Doreste Zamora (*)
La actuación de una concejala de igualdad ha puesto sobre la mesa esta obra, estrenada hace ya más de dos mil cuatrocientos años. Según Macia y otros reputados especialistas, lo fue en el 411 antes de cristo. Tiempo más que suficiente para que cualquiera que tenga un mínimo de escrúpulo profesional sepa cual son tanto su argumento como su lenguaje. No vale decir que cogió por sorpresa y que se ignoraban la forma y el contenido.
En medio de los duros enfrentamiento bélicos entre Esparta y Atenas, bajo la amenaza de la intervención de los persas, y recién salidos de un corto gobierno tiránico, estrenó la comedia el dramaturgo Aristófanes, con notable éxito pues en ella trataba varios temas que afectaban directamente a los atenienses. El primero, la guerra, que durante más de veinte años desangraba el Peloponeso; el segundo el destino de los dineros públicos, además del papel del sexo en las relaciones humanas y el poder de la huelga y la fuerza de las mujeres. En una sociedad tan machista como la helénica, con las mujeres relegadas a la vida doméstica, tenía un efecto revolucionario el que se le diera no sólo protagonismo en una obra sino además se las empoderada, como diríamos hoy. Escuchemos a Cleónica describiendo lo cotidiano de las mujeres: A las mujeres les es difícil salir de casa: una tiene que ocuparse del marido, despabilar a un criado, despertar al niño, bañarlo, darle de comer… No puede decirse que la cosa haya cambiado mucho desde entonces a nuestros días.
La acción comienza con la asamblea de mujeres del Peloponeso que ha convocado Lisístrata. Ojo, ya el nombre de la protagonista anunciaba al público de la época de que iba la cosa, se traduce como La que disuelve ejércitos. Ante las delegadas de las distintas ciudades, la protagonista denuncia que los hombres de Atenas han partido para la guerra, dejando a las mujeres sin maridos y ni siquiera amantes, además: …desde que nos traicionaron los milesios no he visto ni un solo consolidar de un palmo que nos sirva de ayuda con su cuero. ¿Querríais, pues, si encuentro del modo, ayudarme a terminar con la guerra? Digamos de paso que los consoladores de Mileto eran famosos en la época por sus prestaciones. Ya ésta frase, dicha en el mismo prólogo de la obra, debió escandalizar a la concejala de turno. Y lo que sigue diciendo Lisístrata: Mujeres, si hemos de forzar a nuestros maridos a vivir en paz, hemos de abstenernos (…) Pues bien, hemos de abstenernos de la polla. ¿Por qué os volvéis? ¿Adónde vais? (…) ¿a qué vienen esas lágrimas? ¿Lo haréis o no; que problema tenéis?
Las mujeres responden. Cleónica –No puedo hacerlo: que siga la guerra (…) Cualquier otra cosa. Lo que tú quieras. Dispuesta estoy a caminar sobre las brasas; eso mejor que lo de la polla, pues no hay nada como ella. / Lisístrata. ¡Ay cómo es de calentón todo el género femenino! Con justicia suministramos temas para las tragedias, porque siempre le estamos dando vueltas a lo mismo. Pero querida espartana (…) vota tú a mi favor. / Lámpito- Penoso es, por los dioses, que las mujeres duerman solas sin un buen cipote al lado, pero sea, que la paz hace mucha falta. El texto continúa con los diferentes argumentos de las mujeres, hablando de la masturbación si es preciso, asearse tentadoras y con “el delta depilado” y así los maridos excitados desearían fornican y ante la negativa de ellas dejarían de guerrear. Tal es el planteamiento de Lisístrata y eso es lo que aprueban las mujeres en su asamblea. Una huelga de sexo. Y a la vez deciden ocupar la Acrópolis para hacerse con el control del tesoro de la ciudad e impedir que se gaste en los asuntos militares. Así que no es solo el lenguaje, que alguien podría tildar de soez o descarnado, ni el tema del sexo en sí, lo más antisistema de la obra es que las decisiones se toman en asamblea, por todas las mujeres, y que se decide controlar los dineros públicos. Potenciación de lo colectivo y denuncia del bélico uso del dinero. Ni que decir tiene que la acción consigue el objetivo propuesto y que espartanos y atenienses firman la paz.
Hoy, cuando Úrsula Van der Leiden va pidiendo cuarenta mil millones para armas y Sánchez predica que no es para armas sino para reforzar la seguridad, uso torticero del lenguaje, la sinceridad y desparpajo de Aristófanes y su heroína se convierten en un peligro para el sistema. Creo que eso es lo que más asustó a la política censora. Ver que en la escena no solo se hablaba de sexo y consoladores sino que se potenciaba la toma colectiva de decisiones y se cuestionaba que el tesoro de la ciudad se destinara a matar gente y no a conseguir el bienestar de los ciudadanos. Eso sí, dice muy poco de su capacidad de gestión el que se entere de estas cosas cuando ya se está representando la obra. Estoy seguro que cualquier asesor le hubiese informado debidamente del asunto. Para algo está la Wikipedia. Se hubiese ahorrado el bochorno nacional.
Pero si recomendamos hoy a Lisístrata no solo es por la inadecuada acción de la concejala linarense, es también por lo que se pone de actualidad pues corren vientos de guerra entre nosotros y los medios, políticos y contertulios varios, andan destilando las insidiosas palabras que incitan a que nos matemos. Recordemos que en 1914, Lenin y Rosa de Luxemburgo se opusieron a la fratricida guerra europea, y por eso les tildaron de traidores. Que la obra de Aristófanes, además de hacernos reír, nos haga pensar.
(*) Articulista

