¿Orgullo?

Vizago (*)

A pocas personas se les habrá podido pasar por alto que esta semana ha tenido lugar el día internacional del orgullo LGTBI. Hemos visto banderas multicolor en edificios institucionales, páginas web, semáforos, etc. En varias ciudades el día ha sido conmemorado con manifestaciones. Políticos españoles se han posicionado para salir en la foto y no han desperdiciado la ocasión para acentuar diferencias entre partidos. Estos eventos y la celebración del día del orgullo son considerados en el ámbito mediático y político prácticamente de forma unánime como un signo de progreso social. Sin embargo, pueden ser vistos como un síntoma de estancamiento. 

Algunas personas no heterosexuales sienten orgullo de su sexualidad y tienen todo el derecho a expresar su sentir. Pero ello no debe llevarnos al convencimiento de que todas las personas no heterosexuales sienten de igual manera. Algunos/as quieren vivir su sexualidad con la misma normalidad que las personas heterosexuales, sin necesidad de proclamarla a bombo y platillo o hacer de ella una bandera.  

Afortunadamente, hace ya muchos años desde que la homosexualidad dejó de ser un delito en el código penal o ser catalogada por la psiquiatría como una enfermedad mental. La heterosexualidad ha perdido el estatus de única norma sexual aceptable. La sociedad ha aprendido a aceptar la diversidad sexual. Pero aún queda camino por recorrer en materia de no discriminación. Lo que aquí se considera es si la designación de un día del orgullo hace avanzar la causa o por el contrario la enquista. 

La gran mayoría de las personas que conozco son heterosexuales. Entre ellos/as no conozco a ninguno que se sienta especialmente orgulloso de serlo. Es una mera cuestión de biología o una preferencia personal según se quiera ver. Ninguno considera que ser heterosexual es motivo de orgullo o vergüenza. No hay razón para asumir que las personas no heterosexuales deban de sentir de manera diferente respecto a su propia sexualidad.  

La atribución de un sentimiento de orgullo a las personas no heterosexuales por el hecho de serlo es un bien intencionado intento de compensación ante el legado histórico de opresión y el sentimiento de vergüenza que socialmente se les asignaba.  

Más veraz que la designación de un día en el calendario, un barómetro de progreso será que llegue el día en que institucionalmente no se promueva ni la vergüenza ni el orgullo y sencillamente se pueda vivir la sexualidad como se quiera y con igualdad. Ello no quita que haya personas no heterosexuales que quieran manifestarse en las calles en un ambiente carnavalesco, haciendo demostraciones visibles de afectividad con sus parejas, etc. Por supuesto están en pleno derecho a hacerlo. Lo que si puede ser contraproducente para la causa de la normalización social y la emancipación de las personas no heterosexuales es que desde los medios de comunicación y las instituciones se manufacture una determinada imagen y una única manera de sentir dentro del colectivo de personas no heterosexuales.  

Algunas personas gay que conozco no se sienten para nada representadas por el día del orgullo. Sin ser en absoluto un secreto, su sexualidad es como para la mayoría de las personas heterosexuales una cuestión personal acerca de la cual no sienten la necesidad de ir coreando consignas en la calle. 

El hecho de tener una identidad sexual determinada, cualquiera que sea, no encuadra al individuo dentro de ningún colectivo. Menos aún uno tan heterogéneo y difuso como el LGTBI. Inicialmente el colectivo se describía como gais y lesbianas (LG). Posteriormente, se agregó a quienes sienten atracción sexual no sólo por su propio sexo sino también por el opuesto (B), luego se incluyó a las personas transexuales considerando injusto que ellos/ellas quedaran excluidos/as (T), más tarde se introdujo a l@s intersexuales que no encuadran dentro de las categorías de hombre o mujer. Sin duda, la lista continuará aumentando. En su versión anglosajona, dada la gradual y aparentemente inagotable adición de letras al acrónimo se ha optado por añadir el símbolo + como colofón final representando a todos aquellas identidades sexuales que no gozan de inicial propia. No es difícil entrever que habrá quienes no se sientan representados o reconocidos por un +. 

Objetivamente, lo único que tienen en común los colectivos que conforman el acrónimo LGTBI es el no ser heterosexuales. El aunar esfuerzos de grupos que tradicionalmente han estado oprimidos es perfectamente entendible y puede ser una estrategia eficaz. Sin embargo, la amalgamación tiene también el efecto no deseado de implícitamente perpetuar la heterosexualidad como la norma social en contraposición a la cual construyen su identidad.  

El día del orgullo es sintomático de una tendencia general por la cual socialmente cada vez estamos más encasillados dentro de supuestos colectivos en base a ciertos atributos personales. Intencionadamente o no, para el Estado es más fácil controlar y manejar a una sociedad fragmentada en grupos identitarios que una en la que rechazando etiquetas o dogmas las personas manifiesten su individualidad de forma idiosincrática. 

Este año la celebración del día del orgullo ha sido suspendida en Oslo como consecuencia de la matanza indiscriminada de transeúntes en las inmediaciones de un bar gay, perpetrada por un islamista de origen iraní y nacionalidad noruega. Esto nos recuerda que en la mayor parte del mundo la homosexualidad sigue estando perseguida, cuando no criminalizada. Desde Occidente durante muchos años ha habido duras y persistentes críticas contra Rusia en donde existe una ley que prohíbe la promoción de la homosexualidad cuando va dirigida a los niños. Tampoco, en la práctica se permite la celebración del día del orgullo, y no existe una ley específica que proteja contra la discriminación por identidad sexual. En Reino Unido, uno de los países más críticos con la postura rusa en materia de identidad sexual, se aprobó en 1988 una ley nacional (comúnmente conocida como Sección 28) por la cual a los ayuntamientos y municipalidades expresamente se les prohibía “promover la homosexualidad o publicar material con tal intención” así como “promover en cualquier colegio público la aceptabilidad de la homosexualidad como una supuesta relación familiar”. Esta ley estuvo en vigor hasta 2003. Cuando la homosexualidad fue descriminalizada en Reino Unido en 1967 se estipuló una edad legal mínima de 21 años para que dos hombres pudieran tener relaciones sexuales. La edad mínima para relaciones heterosexuales era 16 años. En 1993 tres hombres homosexuales entablaron litigio por discriminación contra el gobierno británico en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Un año más tarde el gobierno británico redujo la edad mínima legal de actividad homosexual entre hombres a 18 años. Finalmente, en el 2001 la edad mínima legal se equiparó con la heterosexual a los 16 años. En Irlanda del Norte esta equiparación no se produjo hasta 2008.  

Estas leyes discriminatorias fueron eventualmente abolidas tras largos procesos sociales, políticos y judiciales. Estos cambios no se llevaron a cabo debido a la presión ejercida sobre el Reino Unido por otro país.   

Algunas de las críticas a Rusia por tener leyes que discriminan en favor de la heterosexualidad tienen, al menos en parte, una motivación geopolítica. Mientras se critica a Rusia, no se hace lo mismo con otros países en los que también se discrimina. Tal es el caso de Turquía, un aliado de Occidente y miembro de la OTAN.   

El Reino Unido encabeza la Commonwealth, el club de sus antiguas colonias. De los 54 países que integran este club, la homosexualidad es ilegal en 35 países. Las penas por sexo homosexual libremente consentido entre hombres adultos van desde los 10 años de cárcel y trabajos forzados en Jamaica, hasta los 14 años de cárcel en Kenia, 20 años y latigazos en Malasia. En 7 países la pena máxima es la cadena perpetua. En 2 países la homosexualidad puede ser castigada con la pena capital.  

En fin, parece que Rusia no es el principal infractor de los derechos de las personas no heterosexuales.  

Los derechos humanos son universales y deben ser siempre defendidos. En el ámbito de rivalidades geopolíticas utilizar la violación de los derechos humanos contra unos países y no contra otros resta legitimidad y confiere descrédito al propio concepto de derechos humanos. Los perjudicados somos todos.  

(*) Articulista