Todo apunta que el Sáhara Occidental pasará a ser un territorio autonómico de Marruecos
Bruno Perera (*)
La última resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre el Sáhara Occidental —la 2797, aprobada a finales de octubre de 2025— ha cambiado el tablero político de un conflicto enquistado durante casi medio siglo. Lo que antes era una disputa entre autodeterminación e integración, ahora parece estar decantándose claramente hacia un único escenario: la autonomía del Sáhara bajo soberanía marroquí. Y aunque los actores implicados midan cuidadosamente sus palabras, el giro diplomático es evidente, profundo y probablemente irreversible.
Durante décadas, la ONU sostuvo que la solución debía pasar por un referéndum de autodeterminación, una idea defendida como dogma por el Frente Polisario y reconocida por el derecho internacional. Sin embargo, la comunidad internacional nunca tuvo el coraje —o el interés estratégico— de imponer su celebración. El resultado fue un “proceso” que avanzaba a la velocidad de un caracol y retrocedía a la velocidad de un misil.
Pero la Resolución 2797 introduce una frase que lo cambia todo: la propuesta de autonomía de Marruecos es “seria, creíble y realista” y, además, “podría constituir la solución más viable”. ¿Qué quiere decir realmente Naciones Unidas con esto? Sencillamente, que la vía del referéndum ha sido escupida al cajón de los sueños impracticables, y que la comunidad internacional ha decidido apostar por una salida que sea posible, aunque no guste a todos.
España, que ya en 2022 se alineó con Rabat al calificar el plan de autonomía como “la base más seria y creíble”, respira ahora con alivio: la ONU le ha dado cobertura moral, jurídica y diplomática. Francia también se coloca del lado marroquí. La Unión Europea observa satisfechísima, porque esta resolución despeja tensiones con Marruecos, ese vecino complicado pero imprescindible para controlar migración, terrorismo y comercio.
¿Y el Frente Polisario? Pues queda en la peor posición desde su fundación. La referencia expresa al referéndum prácticamente desaparece del texto. La independencia —aunque no se diga de forma literal— queda arrinconada. La ONU le pide diálogo, pero bajo el marco que Marruecos ha diseñado. El tablero internacional ha consolidado una realidad: la autonomía es la moneda de cambio que se aceptará, guste o no guste.
Por supuesto, el conflicto no termina aquí. El Polisario mantiene apoyo en parte del África subsahariana, así como en Argelia, potencia regional que no está dispuesta a entregar ese frente geopolítico tan fácilmente. Los saharauis de los campamentos seguirán reclamando un derecho que consideran legítimo. Y el impacto emocional, histórico y humano de este conflicto no desaparecerá con una votación en Nueva York.
Pero la política internacional rara vez se mueve por emociones. Se mueve por intereses. Y los intereses globales —de Europa, Estados Unidos e incluso del mundo árabe— han decidido que lo “realista” es aceptar la autonomía marroquí como solución final. Todo apunta a que el Sáhara Occidental acabará integrándose formalmente en Marruecos como un territorio autonómico, con instituciones locales limitadas y bajo paraguas administrativo y militar de Rabat.
El tiempo dirá si esta fórmula logra reducir tensiones o si solo entierra el conflicto bajo nuevas capas de frustración. Lo que está claro es que hemos entrado en una etapa en la que la diplomacia internacional ha elegido camino. Y ese camino ya no lleva a urnas ni a referéndums, sino a un modelo autonómico que consagra la soberanía marroquí.
NOTA FINAL (Explicada de forma amena y clara)
Si el Sáhara Occidental llegara a convertirse en un territorio autonómico de Marruecos, ese territorio tendría derecho —como cualquier región costera bajo soberanía de un Estado— a una Zona Económica Exclusiva (ZEE) de 200 millas náuticas. Hasta ahí, todo normal.
Pero lo que no podría reclamar esa autonomía es la Plataforma Continental Extra (PCE) de otras 150 millas náuticas adicionales.
¿La razón?
Porque la ONU pone un límite físico muy claro: la PCE solo puede concederse cuando la isobata de 2.500 metros (la línea de profundidad marina que marca ese nivel) se encuentre antes del final de las 200 millas de la ZEE.
Y en esta zona del Atlántico ocurre lo contrario:
la isobata de 2.500 metros está más de 300 millas mar adentro, superando en 100 millas náuticas el límite permitido.
¿Consecuencia práctica?
Que la zona de Tropic, donde se ubican los famosos nódulos ricos en telurio, quedaría en aguas internacionales, no en aguas del Sáhara ni de Marruecos ni de Canarias.
Y siendo así, esos recursos quedarían bajo la autoridad de Naciones Unidas, concretamente de la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos. Esa institución es quien decide qué país o compañía obtiene permiso de explotación, siempre bajo una condición obligatoria:
una parte de los beneficios debe destinarse a países en vías de desarrollo, porque el mar y el subsuelo internacional pertenece a la humanidad y no a un Estado concreto.
En resumen: aunque el Sáhara fuera autónomo dentro de Marruecos, Tropic y su telurio no serían de nadie más que de la ONU.
Fuentes y datos contrastados)
1. Resolución 2797 (2025) del Consejo de Seguridad de la ONU.
- Comunicado oficial de prensa de Naciones Unidas (31/10/2025).
- Reuters (30/10/2025): análisis del voto y del respaldo al plan marroquí.
- El País, El Confidencial, Europa Press (2025): seguimiento y reacciones internacionales.
- Informes de la Autoridad Internacional de los Fondos Marinos sobre zonas más allá de jurisdicción nacional.
- Normas de la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar (UNCLOS) respecto a ZEE, plataforma continental y PCE.
(*) Articulista. Experto en hidrocarburos.