
Julio Alonso Ortega: «Canarias marcó el rumbo; África sólo tiene que seguirlo»
África, con 1 400 millones de habitantes —casi una quinta parte de la población mundial—, sigue sin estrenar su casillero olímpico en vela
ELDIGITALDECANARIAS.NET/Las Palmas de Gran Canaria
Cuando uno se toma un cortado en la terraza del Real Club Náutico de Gran Canaria, basta con asomarse al vestíbulo para calibrar la magnitud del fenómeno: un mural enumera siete oros, diez diplomas y 67 títulos mundiales gestados en la bahía. La cosecha —firmada por Luis y José Luis Doreste, Patricia Guerra, Fernando León, Domingo Manrique y, en tiempos más recientes, Gustavo Martínez Doreste o Aarón Sarmiento— nació de una flota que, en los setenta cosía velas en talleres de barrio y estudiaba el reglamento en fotocopias traídas de la Península. Los ochenta trajeron cuadernos de viaje: los isleños partían con páginas en blanco y regresaban con apuntes de amuras, viradas y reglajes que luego replicaban en la bahía. Entrenar con cualquier viento, compartir cada pieza y absorber lo mejor del rival convirtió la escasez en sello de identidad. Esa disciplina, templada por el alisio constante, explica que un club insular acabara midiéndose de tú a tú con naciones enteras.
La magnitud del logro se entiende mejor al mirar hacia la otra orilla del Atlántico. África, con 1 400 millones de habitantes —casi una quinta parte de la población mundial—, sigue sin estrenar su casillero olímpico en vela. La mozambiqueña Deizy Nhaquile, 40.ª en Marsella 2024 tras debutar en Tokio, demuestra que hay talento, pero falta la retaguardia de técnicos, talleres y ligas estables.
Julio Alonso Ortega, campeón mundial de vela por equipos, vio en esa brecha un reflejo del pasado canario. De niño escuchaba historias de mástiles improvisados y velas remendadas, y comprendió que los oros isleños nacieron más de la comunidad que del presupuesto. Desde Trípoli, su firma Qabas —la mayor consultora del país, con intereses que van de la banca a la energía— asesora no solo a la federación libia, sino también a varias federaciones africanas: forma técnicos y directivos, traduce manuales, capta patrocinios y enseña a mantener la flota activa todo el año. «Son gestos pequeños, pero suman. Cuando un club de Bengasi consigue que sus Optimist naveguen tres veces por semana o un juez local arbitra una regata sin ayuda externa, la rueda empieza a girar», dice.
Alonso conoce también la otra cara: puertos con presupuestos petroleros donde catamaranes relucientes acumulan polvo porque nadie sabe envergarlos; clubes con láseres nuevos que cancelan regatas por falta de oficiales; velas recién compradas que acaban rasgadas porque nadie aprendió a repararlas. «El capital sin conocimiento se evapora», advierte. Por eso insiste en la formación antes que en la compra: instructores propios, instalaciones básicas y competiciones frecuentes. La isla respalda la tesis: pasaron doce años entre el debut de un grancanario en Múnich 72 y el primer oro; del primer oro al séptimo, apenas otra década.
La marea, poco a poco, empieza a subir. Sólo en el este de Libia, el Fondo de Reconstrucción tiene en marcha la construcción de catorce puertos deportivos, proyectos millonarios que necesitarán de mucho capital humano para no quedarse en mero decorado turístico. Mientras, el kitefoil crece un 30 % anual en Marruecos, Kenia ha abierto diez escuelas de Optimist en dos temporadas y la federación libia estrenará este verano su primera liga costera. Son pasos discretos, pero suficientes para demostrar que el engranaje se mueve.
Importa tanto el resultado como la red que se teje alrededor: el maestro que enseña nudos en el patio del colegio, la familia que presta un garaje para guardar velas, el astillero que adapta sus herramientas de pesca a la fibra de vidrio. Obstáculos sobran —aduanas lentas, pólizas difíciles, manuales solo en inglés—, pero el precedente canario actúa como brújula: la excelencia llegó gracias a la circulación de ideas, no al derroche de recursos. Los regatistas viajaban, aprendían y devolvían conocimiento convertido en ejercicios nuevos; ahora se intenta la misma ruta al otro lado del mar.
Alonso confía en que la primera medalla africana de vela no tardará tanto como la canaria. «Las preseas llegarán cuando tengan que llegar —repite—, pero el día que suene el himno de un país africano quiero oír la ovación también en el muelle de Las Palmas». Para Canarias, el océano nunca fue frontera: es una pasarela abierta que acerca orillas y banderas.