
¿Una Isla de extraños?
El mes pasado, el primer ministro británico afirmó que el Reino Unido está en riesgo de convertirse en “una isla de extraños” debido a la inmigración desmesurada.
Emigré al Reino Unido en 1992. En estos treinta y tres años nunca he sufrido racismo o xenofobia. La reacción más común ante mi condición de extranjero es la indiferencia. En ciudades como Londres ser extranjero no es novedoso. Fuera de las ciudades tampoco he sido discriminado. Otra reacción frecuente es la simpatía. Una proporción considerable de británicos ha visitado Canarias. Algunos lo han hecho en varias ocasiones y guardan un buen recuerdo.
Esto no quiere decir que en el Reino Unido no exista el racismo y la xenofobia. Existe, como en cualquier otro lugar del mundo y en cualquier grupo étnico.
Demográficamente, el Reino Unido es hoy un país muy diferente de como era en 1992. Desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1998 la tasa anual de inmigración (la diferencia numérica entre quienes se van del país y quienes llegan a vivir en él) era algunos años negativa (más personas se iban de las que llegaban) y otros años positiva. En este último caso las cifras anuales eran de unas decenas de miles de personas. Este patrón histórico cambio tras la elección del gobierno laborista de Tony Blair en 1997. Elegido con abrumadora mayoría tras 18 años de gobiernos conservadores (Margaret Thatcher y John Major), modificó las leyes de inmigración haciéndolas menos restrictivas. Según afirmó el asesor de Tony Blair años más tarde, esto se hizo en parte para “restregar” el multiculturalismo en la cara de los conservadores. El Partido Conservador había sido tradicionalmente más restrictivo ante la inmigración y más favorable a fomentar la cultura tradicional británica. Tras 18 años en la oposición había sed de venganza en sectores del Partido Laborista.
Desde el comienzo de mi estancia en Reino Unido un aspecto de la cultura del país que me pareció admirable es la tradición de respeto a ideas que no se comparten. Los puntos de vista más diversos tienen cabida en el debate público. Incluso las opiniones fuera de los parámetros del consenso social no son estigmatizadas. Sin embargo, esta tradicional tolerancia raramente abarcaba a las personas, generalmente de clase trabajadora, que expresaban desacuerdo con el creciente flujo migratorio. Desde el establishment y los medios de comunicación se les consideraba seres ignorantes que no habían entendido que la celebración del multiculturalismo era el zeitgeist de la época. A menudo, las opiniones contrarias a la inmigración eran descartadas como inherentemente racistas o xenófobas. Esta actitud quedó ejemplificada en 2010 en una conversación televisada entre el primer ministro Gordon Brown y una votante de su partido en la que ésta le comunicó su inquietud por el impacto de la inmigración en los servicios públicos. Minutos más tarde, sin saber que el micrófono estaba aún encendido, el primer ministro la describió como “una mujer intolerante”. Posteriormente, la llamó para disculparse.
En nombre de la inclusividad y la tolerancia se gestó un ambiente coercitivo que llevó a la autocensura de muchas personas que estaban en desacuerdo con la política migratoria del gobierno y no querían ser acusadas de racismo o xenofobia. Algunos se atrevían a expresar su opinión en público tras el preámbulo “no soy racista, pero…”. De tal modo se exculpaban de antemano del pecado moral que rutinariamente se atribuía a quien cuestionara las bondades del multiculturalismo.
El malestar social fue en aumento a medida que se propagaba el asentamiento de comunidades inmigrantes en el país. Tras las elecciones generales de 2010, el Partido Conservador volvió al poder. El nuevo primer ministro, David Cameron, reconoció que la preocupación social por la inmigración era “no sólo legítima sino además cierta”. Afirmó que bajo el anterior gobierno el sistema de inmigración había estado “fuera de control” y anunció una “reducción radical” de la inmigración. Reiteró enfáticamente su compromiso electoral de pasar de una tasa anual de 252,000 inmigrantes cuando llegó al gobierno, a una tasa de menos de 100.000. El primer ministro no cumplió su promesa. El nivel de inmigración durante sus seis años de mandato fue prácticamente idéntico al de los seis años anteriores.
En 2016, Cameron organizó un referéndum sobre la continuidad del Reino Unido en la Unión Europea. Uno de los cometidos del referéndum era zanjar las perennes divisiones internas en su partido respecto a la permanencia o la salida de la Unión Europea. Cameron hizo campaña por la permanencia. Al igual que la mayoría de los analistas, el primer ministro vaticinaba que el resultado del referéndum sería favorable a continuar dentro de la UE.
Durante la campaña del referéndum la inmigración pronto se convirtió en un tema central. Algunos concibieron el referéndum como una inusual oportunidad para poder expresarse libremente respecto al espinoso tema de la inmigración. Los proponentes del Brexit argumentaron que dentro de la UE y sujetos al tratado de libre circulación, el Reino Unido no tenía manera de controlar la inmigración. Antes del Brexit, más de la mitad de la inmigración al Reino Unido procedía de la UE, principalmente de países del Este de Europa. En 2004 diez países del Este de Europa se habían unido a la UE. A diferencia de Alemania y Francia, el gobierno británico decidió no aplicar una moratoria al libre movimiento de los ciudadanos de los países que acababan de entrar en la UE. El Ministerio del Interior británico estimó que anualmente 13.000 personas de esos países emigrarían al Reino Unido. En los primeros siete años lo hicieron 850.000 personas.
Un año antes del referéndum de Brexit, la canciller alemana Angela Merkel tomó la decisión de permitir la entrada en su país (y por ende en la UE) a más de un millón de refugiados, principalmente de Siria, Irak y Afganistán. En la campaña del Brexit, los carteles mostraban colas interminables de refugiados bajo el lema “breaking point”. Tras conocerse el resultado del referéndum, el primer ministro Cameron dimitió.
Después de haber salido de la UE, Reino Unido no tiene impedimento exterior para poder marcar su propia política migratoria. Tras el Brexit, sucesivos primeros ministros (Theresa May, Boris Johnson, Rishi Sunak) continuaron reconociendo que la tasa de inmigración era demasiado alta y prometiendo reducirla. La realidad es que después del Brexit la inmigración ha continuado aumentando. Su procedencia pasó a ser predominantemente extracomunitaria (India, Nigeria, Pakistán). En 2022 y 2023 se registraron cifras anuales inimaginables (872.000 y 866.000, respectivamente).
El actual primer ministro laborista Kier Starmer, elegido el año pasado, ha acusado al anterior gobierno de haber sometido al país a “un experimento de fronteras abiertas”, lo cual dijo es “imperdonable”. Starmer ha anunciado un paquete de medidas para frenar la inmigración, así como mayores requisitos para obtener la nacionalidad británica. El número de deportaciones se ha incrementado.
La líder del Partido Conservador Kemi Badenoch, de origen nigeriano, promete una reducción drástica de la inmigración y afirma que no todas las culturas foráneas son igualmente asimilables en la sociedad británica.
Al albor del referéndum de Brexit, alarmistamente se vaticinó que comenzaría en el Reino Unido una etapa marcada por el racismo y la xenofobia. El pronóstico no se ha cumplido. La salida del país de la UE no ha alterado su talante tolerante.
A lo largo de los años, al igual que en otros países europeos, las encuestas de opinión han reflejado que la inmigración es una de las mayores preocupaciones de los británicos. La voluntad de limitar la inmigración no es de por sí racista o xenófoba. Continuar ignorando esa voluntad puede eventualmente fomentar actitudes intolerantes.
Según las encuestas, el partido que actualmente recibiría mayor número de votos es un partido de reciente cuño y escasa representación parlamentaria: Reform UK. Liderado por el artífice del Brexit (Nigel Farage), propone una tasa anual de inmigración cero. Es decir, el mismo número de personas que todos los años por diferentes motivos se va del país sería el número de personas a las que se le permitiría inmigrar al Reino Unido. En las elecciones municipales de mayo fue el partido más votado.
A diferencia de regímenes dictatoriales, en democracia los gobernantes pueden hacer caso omiso de la voluntad popular durante un tiempo limitado. Eventualmente, la ciudadanía encuentra la manera de hacerse oír. Desafortunadamente, a falta de otra alternativa, el medio que se encuentra para expresar una voluntad suprimida puede ser en su conjunto pernicioso. Aunque la opinión del país sigue dividida, parece cada vez más evidente que el Brexit ha perjudicado tanto al Reino Unido como a la Unión Europea.
Principalmente conocido por su oposición a la inmigración masiva, Reform UK propugna otras políticas no tan conocidas y menos populares, como privatizar la institución de la que más orgullosos se sienten los británicos: el sistema de sanidad público; renegar de acuerdos y compromisos medioambientales; bajar los impuestos y recortar servicios públicos; apoyar incondicionalmente a Israel.
Queda por ver si las actuales promesas de reducir la inmigración por parte de los partidos tradicionales (laborista y conservador), corresponsables de una transformación demográfica sin precedentes, serán suficientemente convincentes para evitar que en unas futuras elecciones un partido retrógrado, Reform UK, se haga con el gobierno de este país.
Tasa Anual de inmigración al Reino Unido:
1990: -700
1991: +44.000
1992: -13.000
1993: -1.000
1994: +77.000
1995: +76.000
1996: +55.000
1997: +48.000
1998: +140.000
1999: +163.000
2000: +158.000
2001: +179.000
2002: +172.000
2003: +185.000
2004: +268.000
2005: +267.000
2006: +265.000
2007: +273.000
2008: +229.000
2009: +229.000
2010: +256.000
2011: +205.000
2012: +177.000
2013: +209.000
2014: +313.000
2015: +333.000
2016: +248.000
2017: +249.000
2018: +232.000
2019: +184.000
2020: +93.000 (Covid 19)
2021: +484.000
2022: +872.000
2023: +866.000
2024: +431.000
(*) Articulista