Periodismo mercenario o el Imperio de Las Croquetas

¡¡¡Qué nadie toque la pasta sino está iniciado!!!. Así gritan los periodistas que están en la pomada, que saben como moverse en estas procelosas aguas, casi siempre podridas, casi siempre oscuras, cuando alguno intenta entrar en este selecto pero repugnante club.

Como los misterios de Eleusis todos los conocen, todos hablan de ellos, pero ninguno ha contado lo que le paso cuando por primera vez le pusieron la morterada en la mano y le dijeron que era lo que había que hacer a partir de ese momento. Y sino lo ha contado con luz y taquígrafos, es porque lo que aquí hablamos gusta de la noche sin luna, sin testigos y si hay alguien o algunos al final los convierten a todos en cómplices.

Pero está claro que éste es uno de los asuntos claves del periodismo tanto el propio como el ajeno. Cuestión que puede que asalte alguna vez a los que lo practican con igual o peor fortuna. Lo cierto es que nadie puede decir que esté ajeno a todas estas cuchipandas, a este universo de las sombras, a esas reglas de juego, no escritas, veladas, que mueven tiradas, noticias y sobre todo voluntades.

Y es clave porque sin él muchas cosas que pasan en este proceloso y peligroso orbe subterráneo de los medios, no tendrían sentido, explicación alguna y se saldrían de esa convención aceptada por todos que de estas cosas mejor ni una palabra y que todos los trapos sucios se lavan en casa.

Dinero, poderoso caballero es Don Dinero. A él todos lo detestan, pero es el que manda, el que guía, el que mueve todo engranaje, rotativa, redacción y despachos. Nadie que trabaje en este oficio, puede desdeñarlo, serle indiferente o no tenerlo en cuenta.

No hablamos de él como mecanismo, como aceite que mueve maquinaria. No: eso toca a los gerentes o a los que tienen sobre sus espaldas, cuando hablamos de medios serios, la responsabilidad que el periódico se imprima, la radio salga en las ondas o se vean las famosas 625 líneas.

Estamos hablando de cobrar por la noticia o por el silencio. Del peaje, del impuesto revolucionario, de la pasta, la mortadela (no la de CC), del parné, del sobresueldo, la ayudita cómplice o como diría un entendido, la de someter nuestra voluntad a la de otro u otros para llenar el bolsillo y vaciar nuestras conciencias.

Es tan viejo como el mundo. Alguien más sabio que uno escribía en sus complejos diarios sobre un periodista norteamericano que hizo de esto su forma de vida y que cuando hablaba o escribía no lo hacía sobre hechos, sobre noticias, sino sobre palabras, sobre calderos con mucho eco, afirmaba que era imposible erradicarlo y que solamente muriendo el sistema, desaparecerían estas prácticas, odiadas y envidiadas al mismo tiempo por los que ni las practican ni tienen la capacidad para llegar hasta ellas.

Quién esté libre de pecado que arroje la primera piedra. No hace falta ir muy lejos. Tenerife. Cuatro periódicos, cinco en su día. Innumerables radios. Televisiones privadas, no muchas, pero suficientes. Plantillas variadas y diversas. Todos nos conocemos, todos sabemos de todos. No hay lugar donde esconderse.

No hay cojones para ponernos todos en fila y responder a un hipotético guardián de la decencia y de moral a prueba de pasta, si se ha cobrado o no a espaldas de la nomina por escribir o dejar de hacerlo. Es más algunos se han dedicado a escribir de otros, sin tapujo, acusándolos de estas malvadas acciones. Y hay otros, de moralina repugnante, que han forjado su vida y su carrera con este dinero extra.

¿Se puede erradicar? No porque en esta isla no hay muchas ganas de hacerlo y algunos periodistas y algunos medios necesitan como agua de mayo este dinero que corre sin control de una mano a otra. Pero tampoco hace falta hacer muchos esfuerzos para saber quienes son, como lo hacen y sobre todo porque no los han trancado nunca.

¿Periodismo libre? Jamás. Y siempre acecha la tentación. Lo peor es cuando públicamente lo niegas, lo condenas y luego te sometes como el resto. Nunca se puede olvidar la cara de satisfacción cuando el que paga te mira y te dice, sin palabras, que eres como el resto y que solamente había que ponerte precio. Y más cuando te pone en la boca la anhelada croqueta, su majestad imperial, la croqueta, esa que manda, que gobierna y que tiene a todos los medios bajo su oloroso sello.

Pero y es justo decirlo, no solamente es culpable quien se come estas croquetas, sino quien las ofrece, que bien mirado, es una manera de entender como se mueven las cosas en esta isla, ya que hablamos de Tenerife, aunque se puede exportar la croqueta de la que nos estamos ocupando a todo el mundo mundial.

Dan ganas de escribir la historia del imperio de la croqueta chicharrera, desde que empezó hasta el día de hoy. Sería muy ilustrativo, pero sin caer en la tentación de comerse una, esa que de nuevo silenciaría todo y pondría fin al problema. Nadie que no sea croqueta puede hablar de mí, sin que le pese. Y aquí murieron tres romanos y cuatro gitanos. Y nadie escribió su epitafio.

(*) Periodista especializado en croquetas