Silencio, no se piensa

Sumergirse en el silencio es un acto de valentía. No consiste solo en apagar cuanto aparato haya a nuestro alrededor, buscar un lugar apartado y cerrar nuestros sentidos ante cualquier ruido. No es “estar” en silencio. Es silenciar todo aquello que nos perturba, abandonar la realidad consciente y desapegarnos de los pensamientos.

Yo suelo imaginar un interruptor. Visualizo un botón en la sien, un botón que acciono para “apagar la mente”. Bloquear la mente, el ego, requiere valor, porque cuando nos decidimos a ello permitimos que prevalezca el alma. Es nuestra alma divina la que toma el control de toda nuestra energía y nos impulsa a conocer nuestro inexplorado mundo interior. Y, claro, el que se enfrenta a ese viaje de exploración es un valiente guerrero.

En la batalla del autoconocimiento, el lado oscuro (los miedos que controlan nuestros pensamientos) es el enemigo a enfrentar. Es una lucha ardua, porque nuestra programación mental es poderosa y, por consiguiente, difícil de noquear. Para combatir ese continúo bombardeo de pensamientos limitantes, hay quienes optan por la terapia de la palabra. Hablar de todo lo que pensamos, expresar continuamente nuestras necesidades, sentimientos y emociones es liberador, sí, pero, en ocasiones, con ello solo encubrimos lo que subyace en el interior. El silencio es otro tipo de terapia.

Hace pocos días, el psiquiatra chileno Claudio Naranjo, nominado al Nobel de la Paz, hablaba de “la cura por el silencio”. Naranjo es un fiel defensor de la meditación como herramienta de sanación, y a la meditación se llega a través del silencio. Cuando accedemos al silencio, “desenchufamos” al ego y damos poder a la intuición, esa voz interior conectada con la energía del Cosmos. Acallar la mente y empoderar la intuición es un paso enorme, inmenso…

A muchos, especialmente a los que somos comunicadores, nos supone un esfuerzo titánico adentrarnos en el silencio. Más cuando requiere de la soledad. Los demás, acostumbrados a vernos como seres especialmente sociables, son incapaces de entender que entremos en una fase de aislamiento, una fase que supone olvidarnos del mundo y convertirnos en lo primero para nosotros mismos. Les resulta  “egoísta” esta actitud, una actitud que solamente se basa en el deseo íntimo de enfrentar nuestros demonios interiores y fortalecernos. Ante esa incomprensión, solo cabe una respuesta: silencio.