‘¡Sí a la caza!’

Luis Alberto Henríquez Lorenzo (*)

La ideología animalista (subproducto del marxismo cultural: proyecto de ingeniería social auspiciado por el Nuevo Orden Mundial) es una aparente ingenuidad bienintencionada pero en verdad o en el fondo, no poco peligrosa, porque encierra un discurso que se exhibe, en cuán larga es su imbecilidad y su falta de argumentos, como totalitario.

A decir verdad, si la especie humana no hubiese comenzado a cazar, en la noche de los tiempos (de su proceso de hominización, se entiende), hace varios millones de años, al poco de bajar de los árboles y recién iniciado su proceso de bipedestación, simple y llanamente hoy no existiríamos como especie: nos habríamos extinguido, nuestra masa encefálica no se habría desarrollado como de hecho se desarrolló gracias a la ingesta de carne y... si ya en épocas del llamado Neolítico el hombre no hubiese comenzado a domesticar algunas especies animales para alimento (carne, pescado, leche, miel, huevos, pieles, huesos), cabalgadura y carga, etcétera, simple y llanamente no existiría la civilización tal y como la conocemos: estaríamos aún casi que subidos a los árboles alimentándonos de frutas, bayas y raíces.

Pero es más: si casi que no hay duda de que en la actualidad nos encontramos en el inicio del final de los tiempos, toda vez que la gran apostasía de la que habla san Pablo está a punto de producirse, si no es que ya ha explosionado, y que ya están en marcha los acontecimientos escatológicos de los que hablan san Juan, los apóstoles y los profetas, ¿qué sentido tiene la lucha animalista, en el plan soteriológico o salvífico de Dios?

O incluso expresémoslo  desde una perspectiva meramente humana, inmanentista pero centradamente antropocéntrica, humanísticamente en la mejor tradición ilustrada proclamadora de la sentencia “el hombre medida de todas las cosas”: amenazado el mundo como está por graves injusticias y por el peligro de una tercera guerra mundial de dimensiones trágicas inimaginables, ¿qué sentido pueden tener las majaderías del animalismo con su incorregible empeño en aplicar a la defensa de unos supuestos derechos de los animales categorías y conceptos tradicionalmente reservados a la condición humana? El mundo sumido en la apostasía, la amenaza creciente de una tercera guerra mundial, cientos de millones de hambrientos y de niños esclavos, y empero ¿uno ha de contentarse con seguir aplaudiendo o consintiendo las movidas de los que se empeñan  en hablar de ‘sufrimiento animal’, mascotas que fallecen, toreros torturadores y asesinos, duelos y lutos que se guardan por las mascotas muertas, cazadores criminalizados como sicópatas y asesinos, aplausos y vítores que celebran la muerte trágica en las plazas de un torero o de un carnicero en atentado terrorista...?  

En las últimas décadas, signo de la decadencia de la sociedad postmoderna, líquida y atenazada por el pensamiento débil, asistimos asombrados a la transmutación del sentimiento humano de racional respeto al mundo animal -apreciando a los animales justamente en su animalidad- por comportamientos, actitudes y situaciones cada vez más risibles (¿cómicas, lamentables, infundadas?), en las que a decir verdad no resulta exagerado darse cuenta de que se colocan los derechos del animal por encima de los del ser humano. Verbigracia, cuando algunas voces animalistas berrean contra el uso de perros adiestrados para el rescate de personas atrapadas bajo los escombros cuando ocurren terremotos y otras desgracias similares. Esto, salta a la vista que encima obedece a un desconocimiento descomunal de la propia dignidad humana. Y asimismo a una negación de la obra de Dios padre y creador a base de enarbolar la bandera del llamado especismo: igualdad del hombre (varón y hembra) con el resto de especies animales, borrando así de un plumazo todo el plan salvífico de Dios para con la humanidad.

De manera que este es el rostro del animalismo: la pertinaz atribución de la dignidad propia y exclusiva del ser humano a los animales, su antropoformización, hasta el extremo de considerarlos sujetos de pensamiento, inteligencia y voluntad, en paridad con los humanos. Y ojo al dato: ser animalista o siquiera parecerlo en el intento forma parte de la agenda de lo políticamente correcto.

Mas ya está bien, por favor. Desde luego, si nuestros políticos y demás administradores de la cosa pública no les paran los pies a tales huestes totalitarias y les siguen riendo sus gracias, yo que no practico la caza ni la pesca (en lo tocante a disparar no le acierto ni a un saco de papas situado a 10 metros, y nunca aprendí a manejar la caña con carrete: rara vez he pescado panchonas y algunos otros pececillos con caña al aire), empero me temo que no contentos con haber prohibido recientemente las peleas de gallos en Canarias, por ejemplo, van a seguir empeñados en abolir todo rastro de tauromaquia por la vieja piel de toro y por Hispanoamérica, Francia y Portugal. 

Y luego irán a por la apicultura, a por la canaricultura -de tanta tradición en Canarias-, a por la colombofilia y a por la colombicultura, también tradicionalmente muy queridas por estos pagos. Y llegados a este extremo y habiendo ya prohibido la caza en todas sus formas, la pesca, la ganadería y el pastoreo también en todas sus formas y lugares -habiendo de paso provocado, como cabe suponer o concluir, una hecatombe de inimaginables dimensiones planetarias, condenando de paso al paro a varios cientos de millones de personas en todo el planeta-, irán a por la prohibición de adiestrar perros para el rescate de personas afectadas por desgracias naturales como terremotos, bajo el ridículo -de risa si no diera pena- pretexto de que los perros son adiestrados para tal función en contra de su voluntad, ¿desde cuándo tienen voluntad los perros?. Y luego, tras haber logrado prohibir la actuación de animales en los circos, zoos y acuarios y las caravanas de dromedarios que en el Parque Nacional de Timanfaya en Lanzarote y en las Dunas de Maspalomas en Gran Canaria son empleadas para dar paseos a turistas y curiosos por zonas semidesérticas, irán a prohibir que un adolescente, que empieza a descubrir con ojos asombrados la vida, cuide de una pareja de periquitos en una jaula adecuada y...

La anterior descripción, obviamente es una exageración orwelliana, pero desde luego, en el ideario del animalismo figuran todas y cada una de las prohibiciones anteriores. Así que ojo al dato. Por esto mismo, es de celebrar que este pasado domingo 15 de abril del corriente 2018  alrededor de 100.000 personas se manifestaran por 40 ciudades españolas al calor primaveral de un solo grito: ‘¡Sí a la caza!’.

Toda vez que frente al odio animalista criminalizador, a menudo respaldado por el sectarismo podemita (plataforma de bolivarianos, castristas, nepotistas, neomarxistas...), hay muchas razones de peso humanas, antropológicas, evolutivas, cinegéticas, medioambientales, rurales, campesinas, democráticas, morales, éticas, deportivas, económicas, históricas, artísticas y filosóficas para decir ¡sí a la caza!

Postdata: mi ‘¡sí a la caza!’ no es mera defensa de la actividad cinegética, que por lo demás nunca he practicado, sino que es más bien o sobre todo un sí a la manera como han sido las relaciones tradicionalmente entre el hombre (varón y hembra) y los animales. Por tanto, sí a la caza es sí a la vida rural, al medio ambiente con relaciones sostenibles y ecólogas -que no ecologistas-: la ganadería en todas sus formas (caprina, bovina, ovina, porcina, equina, aviar), el pastoreo, la apicultura, la colombofilia, la colombicultura, la canaricultura, el silvestrismo (amparado y regulado por la normativa que corresponda), la pesca, los circos con animales, la tauromaquia (que no sigo, que de hecho ni he asistido jamás a una corrida de toros en directo en una plaza), las riñas de gallos (a los que nunca acudí, salvo alguna vez que otra con entrada libre en mi pueblo con ocasión de sus fiestas patronales hace algunos lustros), los zoos y acuarios, las tiendas de animales, las atracciones turísticas que emplean animales (dromedarios en Timanfaya y en Maspalomas, por ejemplo, sin ir más lejos), los pueblos esquimales que siguen cazando focas para sobrevivir gracias a esta ancestral caza, los perros y renos que siguen tirando de los trineos esquimales, los perros que siguen siendo adiestrados para la localización de alijos de droga, los perros que siguen siendo adiestrados para el rescate  de   personas afectadas y hasta enterradas bajo los escombros tras sufrir terremotos...

¡Porque ya está bien de pensamiento deshumanizado en estas sociedades nuestras, ya está bien, en esta ocasión de la mano de los animalistas y los ecologistas del llamado ecologismo radical o profundo, tanto odio y desprecio al Creador, a la civilización toda que hunde sus raíces en la herencia judeocristiana y grecorromana! Ya está bien de sociedad idiotizada y líquida (Zygmunt Bauman), ya está bien de pensamiento ‘Alicia’ (Gustavo Bueno) 

(*) Profesor de Humanidades, educador, escritor, bloguero, militante social.