Cuando el insulto y la amenaza sustituyen al diálogo y la negociación

María Puig Barrios (*)

Los insultos, las amenazas y el saqueo no dan buenos resultados con los demás, sino todo lo contrario. Solo consiguen ir rompiendo relaciones de forma desacertada, destrozando puentes valiosos, perdiendo apoyos necesarios, en ciertas ocasiones hasta vitales. Uno a uno, sin medir las consecuencias. Y es porque algunas personas, con mucha intolerancia y poca capacidad para aprender, siguen persistiendo en los errores, a pesar de múltiples sinsabores. 

Movidas por unas pretensiones desmedidas, se encierran en un palacete prestado por un corto espacio de tiempo legalmente establecido. Con la inmovilidad de La Esfinge, creyendo que se le debe todo y se lo merece todo, espera a que le llegue la Diosa Fortuna.

Parece olvidar que su estatus económico y social no se lo ha ganado ni por su gran vitalidad, ni por méritos propios, sino que que le ha sido otorgado graciosamente. Y la Esfinge, petrificada por la espera, no ve, no oye, no dialoga, no negocia. Solo abre la boca para insultar y coaccionar.

Como Pierrette, la lechera de la fábula de La Fontaine, convertida en símbolo por excelencia de todos aquellos y aquellas que construyen castillos en el aire, tendrá, un día, que decir adiós a sus bienes imaginados: ‘Adieu veau, vache, cochon, couvée’.

Y cuando llegue el momento de la realidad, cuando se produzca su desalojo de su torre de cristal, La Esfinge se seguirá proclamando víctima de todos aquellos a los que ha insultado, coaccionado, saqueado y desahuciado, sin que medie la reflexión sobre sus propios actos, porque tiende a denegar sus responsabilidades, transfiriendo siempre las culpas de lo que hace a los demás. Pero su realidad no tendrá remedio.

¿Quién es La Esfinge? Existe. Hay unas cuantas en este país, unas más conocidas que otras, unas más importantes que otras, pero por sus hechos la reconocerán.

(*) Integrante de Avance Social