Un flotador para Siria, por favor

Si algo cambia dentro de ti cuando estudias una carrera como Derecho es precisamente la forma en la que ves el mundo, antes te podía resultar sencillo sacar conclusiones o juicios de valor sobre el comportamiento que los demás llevan a cabo, ahora, con un mundo de casuística en tu mente, ves con prudencia las conductas humanas.

Probablemente la especialidad que más te acerque a lo que somos sea precisamente el derecho penal, ese derecho concebido para asegurar la convivencia social y reinsertar a quienes vulneran nuestras reglas del juego, lo de reinsertar visto desde el punto de vista profesional, pues no se nos escapa que socialmente se piensa más en castigar y reprender.

Con esa óptica del mundo empiezas a leer con prudencia los periódicos, a ver con prudencia las noticias y, al menos yo, procuras no juzgar con ligereza, pues sabes que los matices son muchas veces fundamentales en la conclusión de un juicio. Así que contigo viaja de por vida la premisa de hay que estar al caso.

Cuando entramos en debates sociales sobre el altruismo, la buena voluntad, la solidaridad, muchas veces lo hacemos desde un punto de vista moral y ético, partiendo de que la misma está fuera del ámbito de la obligación, en ese sentido valoramos nuestros actos altruistas como un dogma de buena persona, y desde luego no hacemos más porque no es posible. Las causas sociales son tantas como realidades podamos imaginar, podríamos debatir largo y tendido saltando de una a otra, ponderándolas en importancia, con discursos de todo tipo. Sin embargo, mi intención hoy es centrarme en una causa social que ocupa portadas de periódicos, que llena nuestras redes sociales y que es actualmente un punto en la agenda política mundial.

Siria, puede que no sepamos nada de ese país, que probablemente estemos poco informados o tal vez sobre informados, puede que todo lo que cuentan sea cierto, cada verdad desde su enfoque, o puede que algunas cosas no lo sean, en realidad, quién sabe, la historia se escribe desde diferentes puntos de vista, finalmente todos son percepciones de la realidad, probablemente la verdad esté en un compendio de informaciones variadas y de realidades vistas de diferentes ópticas. Lo que sin duda es indiscutible es que a nuestras fronteras llegan día a día personas, huyendo de una guerra en la que los muertos civiles arrojan cifras que dan escalofríos, personas que huyen arriesgando sus vidas y las de sus seres queridos, huyen para tener opción a vivir.

Y aquí entramos al caso, la realidad de miles de refugiados que necesitan ayuda, mientras discutimos sobre el sí o el no, sobre las cuotas por países, sobre los terroristas, sobre si tenemos nuestras propias necesidades, sobre si hay gente nuestra aquí pasándolo fatal, sobre si nos traerán la islamización, sobre si debemos meterlos en guetos, sobre si debemos darles trabajo, sobre que los nuestros no tienen trabajo, sobre si deben venir sumisos y agradecidos con lo que les toque, sobre si encima son exigentes etc. Etc. Etc. Y es que el tema de la inmigración en ningún caso es pacífico, de por sí levanta ampollas y normalmente nos miramos el ombligo, porque después de todo, debe ser por el cerebro reptiliano, nuestro instinto de supervivencia es el rechazo, para lo otro, para lo de la solidaridad se requiere de mucha consciencia y evolución, aún nos queda camino para llegar.

Sin embargo, el derecho es una ciencia capaz de darnos los elementos de análisis del caso, capaz de ofrecer las herramientas objetivas que te indican cuando estás dentro o fuera de tus propias reglas del juego, el derecho, que regula como delito la omisión de socorro, sí, la omisión, ya te da una pista de lo que debe ser socialmente reprobado, ya te dice que la solidaridad no es únicamente altruismo, que la solidaridad se eleva al rango de deber, porque después de todo, la omisión de socorro vulnera el principio constitucional del derecho a la vida e integridad de las personas, y por ende los Derechos Humanos que algunos entendemos como el pilar de la convivencia mundial. Aquí entrarán los detractores con sus análisis del miedo, de la legítima defensa, de la supervivencia, de los límites al altruismo, etc. Y sí, por supuesto, los derechos absolutos no existen, desde luego tenemos que poner atención a lo relativo.

Sin duda alguna, cuando eliges entre tú y el otro no es exigible que te sacrifiques a tal punto. ¿Pero de verdad estamos en esa situación? ¿De verdad la ayuda a los refugiados pone en riesgo nuestro modo de vida? ¿En serio nos jugamos nuestra supervivencia y podemos dar la espalda con total tranquilidad?

Recuerdo una de las metáforas del derecho penal que con mayor claridad me enseñó a saber cuándo es supervivencia y cuando no, en el caso de Siria me viene constantemente a la mente, tal vez porque precisamente se trata de un naufragio y el mar está teniendo un papel fundamental en esta crisis humanitaria. Decía la metáfora que si estás en medio de un naufragio con un solo salvavidas, que te lo quedes tú es legítimo, tan legítimo como que nadie te reprochará que el otro se ahogue por el deber de socorro, es inexigible que le  ayudes, sin embargo, si estás sentado en el muro del muelle mirando al mar con tu flotador en la mano, es otra cosa, mientras tú estás sentado y tienes un medio para ayudar a salvar al que se ahoga, debes decidir qué haces, sin lugar a dudas quedarte el flotador por si acaso y dejar que el otro se ahogue es una decisión que vulnera el deber de socorro.

¿De verdad nuestras sociedades no se pueden permitir tirar un flotador a quienes ahora están desahuciados de sus países?

Ayudar nunca es idílico, no está garantizada la integración, desde luego la convivencia no es fácil ¿pero podemos mirar hacia otra parte?

La sociedad a la que aspiro merece mucho más, si bien en un Estado de Derecho debe primar el interés de la mayoría no podemos negar la necesidad de una mayor implicación en los problemas que atañen a minorías, cuya supervivencia queda en manos de la solidaridad, una solidaridad que cada día debe ser menos cuestión de altruismo y más cuestión de obligación.

Para quienes creemos en la justicia, no sólo como herramienta de aplicación judicial de las normas, sino como filosofía de vida, es indiscutible que debemos prestar el flotador, fíjate que sólo es el flotador, aun con él lo tendrán difícil, sin embargo tú miedo a prestarlo no puede ser mayor que nuestra conciencia de humanidad, que nuestro amor por la vida, porque el derecho tiene espacio también para hablar de amor y seguir siendo objetivo.

Por esa razón, yo a los Reyes Magos de Occidente les pido un flotador para Siria, por favor.