Las dictaduras fracasadas

Las dictaduras militares jamás fueron sistemas de gobiernos que alimentaran un futuro mejor para los ciudadanos de cualquier país que soñara con una democracia. Toda dictadura, tanto militar como orgánica, nunca fue un revulsivo de derechos, libertades y calidad de vida para nadie. Según narra Rodolfo Viquez, el comunismo cayó por su propio peso, falta de libertad, oportunidad, mala administración centralizada y su espantoso sistema  represivo y de terror  despiadado. El sistema Nazi fue su equivalencia derechista, nada más que Stalin durante la Segunda Guerra Mundial, y valiéndose de ser aliado contra el Gobierno de Hitler, aprovechó la Europa destruida para consolidar su brutal imperio del Gulag y el terror. En cierto modo, el comunismo es como una religión, aunque materialista. Esperaban en Rusia un Paraíso Terrenal cuando, según ellos, el socialismo marxista se transformara en el verdadero comunismo anunciado por Marx y Lenin en un futuro, que fue utópico y nunca llegó, como sucedió con el Reino de los cielos anunciado por Jesús.

Es por esta razón que hay varios paralelos con el cristianismo y las otras religiones, es por esta razón que cuando murió Lenin lo embalsamaron y pusieron su cuerpo en la Plaza Roja, para que la gente le llegara a adorar, pues el ser humano crea sus "dioses de barro" siempre, ya que como animal social, lo es también religioso o espiritual.  Maduro, a pesar  de su odio por el capitalismo y el sistema democrático de los Estados Unidos, sabe muy bien que el petróleo le da para chantajear a otros Gobiernos latinoamericanos y ha usado la famosa frase de Kissinger,  antiguo ministro de Estado durante la Administración del presidente "imperialista" Richard Nixon: "Controla el petróleo y controla las naciones; controla los alimentos y controla los pueblos".

Recientemente, en este comienzo de siglo XXI, el Senado de los Estados Unidos (EE.UU.) se sumó la semana pasada a la corriente internacional de condena a la dictadura de Nicolás Maduro en Venezuela. La dictadura venezolana está cada vez más aislada internacionalmente, rechazada por la amplia mayoría del pueblo venezolano y acosada por la oposición interna que reclama el derecho de sacarla del poder por medio de elecciones libres y limpias. Por supuesto que, por sí solos, los pronunciamientos y las sanciones internacionales no harán caer a la dictadura chavista de Nicolás Maduro. Una antigua regla de la política establece que ningún régimen, por muy podrido que esté, cae por sí mismo. Hay que hacerlo caer. Y advierte también esa vieja regla política —que sigue siendo válida—, que una crisis social y nacional se puede “podrir” y quedar estancada por tiempo indefinido. Esto es lo que la oposición venezolana quiere evitar, con su propio esfuerzo y el auxilio de la presión internacional.

El régimen de Maduro es repudiado por la gran mayoría de los venezolanos. La oposición es fuerte y ha protagonizado heroicas jornadas de lucha política tratando de derrotar a la dictadura. La comunidad democrática internacional, por medio de las instituciones europeas, la OEA y los EE. UU., se han solidarizado con el pueblo venezolano y apoyado a las fuerzas políticas que luchan por la restauración de la democracia. Pero todo eso ha sido insuficiente hasta ahora. También la Iglesia católica de Venezuela ha pedido a sus feligreses que no se dejen intimidar y que se rebelen de manera “pacífica y democrática” contra el régimen chavista. El arzobispo de Caracas, cardenal Jorge Urosa Savino, quien ha mantenido una línea de conducta claramente democrática, pero serena, moderada y favorable al diálogo político para buscar salida a la crisis, ha instado a los sacerdotes a que en las homilías desmientan la propaganda oficialista de que la crisis del país se debe a una supuesta “guerra económica” de la burguesía.

A estas alturas casi tres cuartas partes de la población venezolana están conscientes de que la crisis general y terminal que sufre el país, es causada por la misma revolución bolivariana, socialismo del siglo XXI, poder chavista o como quieran llamarle. Y saben por tanto que la única solución es poner fin a la dictadura y restaurar en Venezuela el sistema democrático, político y económico. Otra convicción de la oposición venezolana, por encima de las diferencias tácticas derivadas de su composición pluralista, es que la salida tiene que ser por una vía cívica y democrática, pero no mediante un diálogo que más bien ha beneficiado al régimen de Nicolás Maduro.

Salvar y mejorar a la dictadura no resuelve la profunda crisis política, económica y social de Venezuela. En todo caso, si se vuelve a montar un diálogo político solo tendría que ser para restablecer la soberanía del poder legislativo y convocar elecciones libres y transparentes. Después vendrán las reformas constitucionales y demás medidas indispensables para la restauración de la democracia. Sin duda, el tal socialismo del siglo XXI o bolivarianismo, de Chávez, no es nada más que una careta para disfrazar el término: "comunismo dictatorial", que solo el marxismo o el nazismo pudieron crear. Némesis del mal.

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